Después de dos semanas, vas encontrándote más segura, vas manejándote y descubriendo que te pueden servir para algo más que para ayudarte a caminar.
Descubres que te pueden acercar cosas, aguantar la pierna mala o cerrar puertas. Puedes golpear sin querer a la gente que te rodea o, sencillamente, puedes divertirte decorándoras para hacerlas algo más confortables.
Pero hay un uso, uno que va más allá de su función física. Las muletas emocionales, las que te ayudan y te recuerdan que ahora toca ser fuerte, superarse, seguir adelante y conservar la sonrisa.
Y es esa, precisamente la más desconocida de todas, la que más me gusta, es la que en el fondo más me está ayudando.
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