Le vi. Ahí estaba, apoyado
en una farola, bebiendo su refresco favorito. El corazón se aceleró, mis pies,
aunque doloridos, se dirigían solos hacía él, el suave contorneo de caderas, la
dulce brisa que comenzaba en ese mismo instante. Todo era perfecto. Poco a poco
su figura esbelta se iba haciendo más grande, poco a poco le tenía más cerca de
mi. Pero, cuando ya estaba a dos centímetros de su dulce piel, todo se
desvaneció, la plaza, la farola donde él estaba apoyado, su refresco, la dulce
brisa que acariciaba mi piel… y él. Sobretodo él.
Desperté en mi cama, sobresaltada por el sonido de ese maldito reloj… todo era
un sueño. Solo un sueño. Un sueño en el que estábamos solos tú y yo.
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